Sergio Ripoll, doctor en Prehistoria por la UNED, paseaba hace dos años con su perro Elmo por el campo, cerca de Valdemorillo. Recogió una piedra del suelo para tirársela y reparó en que aquel pedazo de granito tenía grabada la cabeza de un caballo. Cualquier otro no se hubiera dado cuenta. «Era julio, y casi de noche», recuerda; comenzó entonces un trabajo de investigación que se ha ido extendiendo como una mancha de aceite por el oeste de la región, aflorando todo un arco de grabados rupestres que podrían datarse en el Paleolítico.
También en Madrid, en algún punto del norte, Mimi Bueno, catedrática y arqueóloga, ha encontrado varias cuevas con arte rupestre, e, incluso, un hipogeo, un posible lugar de enterramiento prehistórico. Ambas investigaciones se desarrollan en paralelo y están sacando a la luz aspectos hasta ahora desconocidos de la región hace miles de años.