En un valle privilegiado escondido al oeste de Madrid, donde centenares de encinas, enebros y sabinas tiñen de verde hasta donde alcanzan a ver los ojos, algo ha cambiado. Es mediodía y el silencio, sólo armonizado por el trino de los pájaros, comienza a alterarse. Un rumor lejano se transforma en estruendo a medida que, por el horizonte, asoman los cuernos de una manada bisontes. El suelo vibra
Tras una larga galopada, los ocho bovinos, seis hembras y dos machos, se detienen ante un manto de hierba y proceden a comer. Su rudo aspecto, como si las pinturas de Altamira cobrasen vida, contrasta con una impensable docilidad, permitiendo al visitante acercarse a escasos metros sin temor a ser embestido. Aunque leves suspicacias renacen con cada uno de sus resoplidos.
Hacía 10.000 años que su imponente presencia -pueden pesar más de 900 kilos y su altura en cruz oscila entre los dos y 3,5 metros- no se paseaba por la Comunidad de Madrid en semilibertad. Llegaron algunos ejemplares al zoo, sí, pero en este enclave de la sierra madrileña, además de disponer de 18 hectáreas solo para ellos, está a punto de nacer un nuevo proyecto que se inaugurará en septiembre y en el que serán protagonistas: Bisonte Park.
«El bisonte, como especie, con sus distintas formas evolutivas, ha estado en Iberia desde hace 1.200.000 años. Por todas partes. Pero algunas voces sembraron controversia al asegurar que justo la última evolución, el bisonte europeo, no llegó a estar aquí argumentando problemas de adaptación. Eso es una chorrada. De hecho, este pasado 3 de enero se encontraron cinco muestras de ADN en la cueva de El Mirón, en Cantabria, que pertenecían a este ejemplar, corroborando su existencia en la Península», expone a este diario Fernando Morán, director del Centro de Conservación del Bisonte Europeo en España.